
Desde pequeños, somos educados para ser aceptados en la sociedad donde vivimos y para esta sociedad no hay lugar para los egoístas, porque es una sociedad en la que debemos olvidarnos de nuestros propios intereses, gustos y preferencias, para pasar a ser manejados por una cultura de mercadotecnia en la que nos pueden llegar a escoger desde lo más mínimo y hasta, por qué no, también nuestro propio destino.
A nadie le conviene formar personas independientes que piensen por y para sí mismas, porque así no saben qué desean en la vida y se convierten en el blanco perfecto para todos los que se quieran aprovechar de la situación. Mientras más dóciles seamos, mejor aceptados seremos.
Hemos crecido con frases hechas como: No pienses en ti, ten consideración con los demás, todos estamos en el mismo barco; por el bien de la comunidad debes relegar a segundo plano tus intereses personales.
5 pasos para hacer realidad nuestros deseos
- Permitir que se desarrollen. Vamos a darle la vuelta a la llave para poner en marcha el motor.
- Eliminar todas las dudas. Repetir “Voy a eliminar completamente todos los miedos, dudas y argumentos obstructivos”.
- Liberar el vuelo de la fantasía. Identificar el deseo con la fantasía y desarrollar hasta las soluciones más intrépidas. Nada debe obstaculizar el libre desenvolvimiento de nuestra fantasía, por más absurda que parezca.
- Escoger la mejor de todas las opciones para lograrlo. Descubrir cuál de todas las posibilidades es la más adecuada para llegar a nuestra meta.
- Identificarnos con la idea. Se refiere a aprovechar la motivación interior para actuar. Definir una idea clara, precisa y que proceda. No dar pasos inciertos, de esta forma lograremos seguridad y firmeza interior.
Cómo definir nuestros conceptos
Para encontrar la seguridad en nosotros mismos, tenemos que disponer de un Concepto. Henry Kissinger alguna vez dijo:
“Los acontecimientos cotidianos se precipitan sobre cualquiera y si uno no tiene un concepto a través del cual analizarlos, está en grandes dificultades.” Esto quiere decir que cada uno debemos usar y tener un criterio propio y con éste conformar, definir o establecer los conceptos que nos permitirán actuar y reaccionar frente a todos los acontecimientos cotidianos y confrontaciones constantes que se nos presentan en nuestra vida diaria.
Los conceptos son las estrategias que usaremos día a día para conservar nuestra autonomía.
- Reconocer qué es lo que queremos.
- Reconocer de qué somos capaces.
- Lograr que el deseo y la capacidad sean factibles.
- Estar conscientes de que todo tiene un precio y estar dispuestos a renunciar siempre a algo.
Impedimentos para la felicidad
- Creer en otros más que en uno mismo. Esto significa actuar dentro del efecto borrego, es decir, creer y seguir lo que todo tipo de gente nos sugiera desde agentes de publicidad, políticos, maestros, familiares o amigos.
- Relegar nuestra responsabilidad en los que nos rodean. Es el juego de buscar a un responsable para todo. Por ejemplo: estamos convencidos de que los médicos nos deben curar, ellos son los responsables de nuestra salud aun cuando nosotros nos dediquemos a quebrantarla. Las tarjetas de crédito tienen la culpa de la enorme cantidad de cosas innecesarias que compramos, nada más porque es moda o porque hacerlo, significa tener un mejor estatus.
- La práctica de la hipocresía, con tal de caer bien. Nos hemos convertido en grandes actores, somos maestros en reprimir nuestros verdaderos sentimientos, de hecho ya no los conocemos. Las normas sociales establecidas sólo nos permiten exteriorizar ciertos sentimientos y los restantes deben ser reprimidos para no afectar el entorno social. Lo importante es caerle bien a la gente.
- No defender nuestra felicidad. Estamos muy acostumbrados a no defender el maravilloso mundo de nuestra felicidad, siempre anteponemos y arriesgamos todo por otros. Pensamos erróneamente que lo correcto es luchar únicamente por la prosperidad de la empresa donde trabajamos, por la justicia en general o por la familia, y no es necesario hacer nada para nosotros mismos. Todos conocemos la ecuación de la mujer abnegada –figura heredada de siglos pasados, que no es otra cosa “que una evasión cómoda ante la necesidad de la autoafirmación” como dice Josef Kirschner–. A mayor sacrificio por los demás, mayor demanda de ellos mismos. Sacrificio que nunca es agradecido y por el contrario, si algún día osa dejar de hacerlo y pensar en sí misma, causará gran indignación.
- La incapacidad de distinguir entre lo importante y lo que no lo es. Ocuparse de cosas insignificantes es la gran excusa para aplazar lo que es realmente importante. Si no resolvemos alguna tarea por falta de tiempo, o lo hacemos parcialmente y a menudo decidimos dejar para después alguna tarea urgente, incluso le dedicamos tiempo de más a algo o a alguien que no tiene importancia; estaremos sufriendo el síndrome de “no hay tiempo.”